No todo es lo que parece

Tenía frío, este invierno estaba siendo una locura. El viento casi no me dejaba moverme, me arrastraba continuamente. Tendría que haberle hecho caso a mi madre, no era el momento de salir.

Inconsciente e ingenuo, escondido para no ser pisado, me subí al zapato rojo de una niña. Su madre la arrastraba calle abajo, sin muchos miramientos.  Con el pataleo salí rodando por la acera, de cabeza a un cristal. ¡Oh que visión! ¿No estaré soñando por el golpe? Dos hermosas manzanas, nuevecitas, esperándome.

Llegué hasta ellas montado, nuevamente, en el zapato de una extraña dama, con olor agradable.

Salieron lágrimas de alegría de mis ojos; estaba tan cansado, seguro que los dioses, apiadados de mi infortunio, me hacían un regalo. Sólo faltaba decidir entre las dos bellezas amarillas.

Pero…pero, no podía ser, una chica las cogía, las metía en una caja y se las daba a la dueña del zapato. Bien, me iría con ella. Tuve que agarrarme fuerte, ya que era vigorosa, caminaba deprisa. Llegamos a un espacio agradable; no había viento ni lluvia. Para mi alegría sacó la manzana pequeña de la caja y la colocó sobre una mesa. Aproveché el momento, trepé sobre la pata de madera barnizada y sin pensarlo me metí dentro de la manzana.

Ahora estoy confortablemente instalado. Pienso que mi madre estaría orgullosa al ver la casa tan estupenda que me he buscado…cálida…muy cálida…demasiado quizá…. ¿Por qué hace tanto calor aquí dentro?

Foto cedida por Habibi: "Manzanas en Galicia".