EL RELOJ DE JOSETXO

Yo les esperaba sentada a la entrada del parque. De pronto llega un "taxi adaptado" de la guisa del de la fotografía.

Estaría muy adaptado, pero yo no podía entrar del ataque de risa. Josetxo y yo, delante, Luís aguantando la carcajada, detrás. Volvería a viajar en ese taxi, aunque ya sin adaptación alguna; un viaje por la nieve, por la música, con risas, las suyas, lágrimas, las mías y el susto con una carretera envuelta en un metro de nieve.

Un día yo le metí en un "embolado". Le pedí que leyese un cuento en la presentación del libro de Jorge Vagñenko, un cuento precioso, amable, relajado. Me dijo que sí. Me enteré cinco minutos antes de que le daba pavor leer en público ¡Y no me lo dijo! Tengo que confesar que fue el mejor, le dio tal naturalidad a su lectura, que se metió al público en el bolsillo, creo que para eso llevaba chaqueta. Los demás echamos mano de toda nuestra gracia lectora, de poco sirvió ante su sincera ingenuidad.

Josetxo no era sin Luís, su espíritu terrestre, el anclaje al amor, a la ternura, la presencia perfecta, entregado a su entorno, consiguiendo que el aire fuera fresco y la brisa suave...

Sus pinturas nos llaman desde cualquier rincón. Los caballos susurran mirándose la grupa mientras él los dibuja sentado en un alto taburete, haciendo guardia, sin salvarse, como le dijo Benedetti.

Mi querido Josetxo, en tu reloj de arena ha caído el último suspiro. En cada grano que quede en el nuestro...tú, seguirás estando.