A VUELTAS CON EL MERCADO

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Llegó y pasó; llenó de polvo mis zapatos y mi ánimo de alegría. Trabajamos mucho para sacar adelante este mercado judío. Este año decían que el mercado era Celta-Vetón, pero después de 10 años, mis ojos bailaban en judío.
El viernes 29 comenzó el día con el colegio envuelto en un caos controlado. Mis alumnos de 5º ayudaban a montar los tenderetes y vestir los pupitres para la ocasión, sacudían las arpilleras, pegaban las flores y engalanaban la calle. Mis otros alumnos, los de 3º ensayaban, a golpe de mis palmadas (y algún que otro grito) el baile de las cintas: trenzar y destrenzar, una danza muy complicada. ¡Qué bien les salió en su momento! El resto de mis chicos y chicas pululaban por los cursos bajos, sobre todo de Infantil regalando tiempo y ayuda de ultimísima hora. Yo estaba encantada.
Las madres peleando con las cámaras frigoríficas, los padres montando la tómbola, los vecinos clavando las maderas del escenario… el pan que no llegaba…. Lo normal. Mas que un colegio parecía un hormiguero… ya digo, lo normal.

Y llegaron las 7 de la tarde, no las 5, porque no había toros. Sonó la campana y se abrieron puestos, tómbola, bar… ¡Dios mío como estaba la sangría celta a base de sidra!
Gente, gente y más gente; amigos, conocidos, visitantes, autoridades…. Todos iban llegando. Nosotros vestido con túnicas, coronas y mandiletes, en diferentes colores, parecía que habíamos trasladado el barrio a otra época, a otros momentos. (Yo debo confesar que el calor pudo conmigo y me quité la túnica, verde y preciosa, pero me dejé el mandil y como soy tan pequeña, casi ni se notaba)
Hasta allí se llegó Manolo con su familia y con su cámara, con lo cual ya sabéis de dónde he sacado las fotos.
Arriba y abajo, hablando, bebiendo y comiendo unas tapas buenísimas que las madres habían preparado en sus casas y que aportaron al bar. Los niños vendiendo, las profes ayudando. Yo como tengo niños mayores, me pude permitir pasear y pasear, charlar y relacionarme… total 4 horas de pie sin darme cuenta. Al final de la noche el aire se impregnó de un olorcillo a bocata de magro, magreta, panceta…. Con uno en una mano, y una sidra en la otra, me senté con mi marido (de la misma guisa) y algún comensal más, en un murete y dimos buena cuenta de las viandas; cuando me fui a levantar me percaté del cansancio que tenía encima (¡¡¡¡¡si es que yo no puedo estar de pie 4 horas, como hay que decirme las cosas!!!!!)
Fue genial, cuando yo me fui a casa, rondando la una de la madrugada, el mercado seguía en ebullición y sonaba en el escenario música celta.

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